En 1876, Robert Louis Stevenson conoció a la norteamericana Fanny Osbourne, once años mayor que él, y prototipo de la «nueva mujer»: independiente, separada y con dos hijos. Cuando Fanny regresó a Estados Unidos, Stevenson, pese al escándalo familiar y a su ya precario estado de salud, decidió seguirla y casarse con ella. Tomó un barco de emigrantes en Glasgow y cruzó el Atlántico, y de esta ardua y arriesgada travesía dejó constancia en El emigrante por gusto (1894), un relato espléndido que combina el valor documental con un delicado y profundo «conocimiento», cada vez «más claro y melancólico», de «la naturaleza de la emigración». Emigrantes por necesidad, y no, como él, por amor, Stevenson dedica a sus compañeros de viaje un retrato perspicaz, humorístico y a veces inquietante donde el tono ligero no evita la nota trágica e íntima de cada destino individual.El libro es, por lo demás, una excelente muestra de las conocidas dotes del autor como narrador y estilista, esas cualidades que, según decía Borges, hacen que leerlo sea «una forma de felicidad». Es también una magnífica muestra de la mejor literatura de viajes, considerado por Paul Theroux como «uno de los diez libros de viajes fundamentales».El libro es, por lo demás, una excelente muestra de las conocidas dotes del autor como narrador y estilista, esas cualidades que, según decía Borges, hacen que leerlo sea «una forma de felicidad». Es también una magnífica muestra de la mejor literatura de viajes, considerado por Paul Theroux como «uno de los diez libros de viajes fundamentales».