<p>A tus treinta años, tu vida es un páramo. No tienes pareja ni hijos, apenas algunos amigos. Los fines de semana son iguales que a los veinte, sólo que ahora las conversaciones tratan sobre autos, celulares y sueldos. Tu casa es una caja de fósforos. Los días se te van en pensar, dormir y mirar al techo. Los zapatos te aprietan y a tu alrededor todos se entregan a la búsqueda de una "gran vida". ¿Será que no hay esperanza? Sí la hay. Entre el m...