Tradicionalmente la filosofía occidental ha privilegiado la reflexión sobre el alma y sus productos: la razón, el pensamientos, el intelecto; así que cada vez que accidentalmente se asomaba frente a sus argumentos la turbia sobre de lo corporal, de lo vital, de lo mórbido, el discurso filosófico solo podía responder a tales retos ubicándolos de lado de lo pensable, de lo que atentando contra la estabilidad de la razón solo podía ser comprendido como resto, como obstáculo. Solo algunos casos excepcionales pudieron vislumbrar que el cuerpo y sus vericuetos la enfermedad comprendida no era un tema más dentro de la agenda filosófica occidental, sino era el mayor tema pendiente. Intentar conjuntar el espacio lógico del pensamiento y el espacio no lógico de la enfermedad, tratar de que la razón fuera sensible a aquello que parece que la niega la vida, lo mórbido, lo malsano han sido cuestiones que pocos se han atrevido a abarcar Nietzsche, sin duda, Schopenhauer, Montaigne, Nancy, más recientemente, pero al hacerlo mostraron claramente que cuando la filosofía se interroga sobre la enfermedad encuentra una de las mayores vetas que permiten vislumbrar lo no pensad, lo aun por pensar.Solo algunos casos excepcionales pudieron vislumbrar que el cuerpo y sus vericuetos la enfermedad comprendida no era un tema más dentro de la agenda filosófica occidental, sino era el mayor tema pendiente. Intentar conjuntar el espacio lógico del pensamiento y el espacio no lógico de la enfermedad, tratar de que la razón fuera sensible a aquello que parece que la niega la vida, lo mórbido, lo malsano han sido cuestiones que pocos se han atrevido a abarcar Nietzsche, sin duda, Schopenhauer, Montaigne, Nancy, más recientemente, pero al hacerlo mostraron claramente que cuando la filosofía se interroga sobre la enfermedad encuentra una de las mayores vetas que permiten vislumbrar lo no pensad, lo aun por pensar.