En el segundo volumen de En busca del tiempo perdido, merecedor del prestigioso premio Goncourt 1919, las reminiscencias del narrador discurren entre la infancia y la adolescencia. Tras volverse poco a poco indiferente a la hija de Swann, Gilberte, el narrador visita el balneario de Balbec con su abuela y conoce Albertine, « una chica de brillantes y sonrientes ojos y mejillas redondeadas y opacas». Pero en el pesimista universo proustiano esta afortunada connivencia resulta ser una concesión caprichosa e imprevisible, un don gratuito ante el cual la única actitud válida es la disponibilidad.