En la segunda novela de Andrea Mejía, las recurrencias de su prosa vuelven a sorprendernos, y a dejarnos con la sensación de que es una escritora que ha sabido, como pocas, observar la correspondencia entre nuestras emociones y la naturaleza. El oleaje que nos trae, nos lleva, nos mece, nos condena a entender que ante el infinito, somos finitos.Irene y Pablo viven en una casa campesina en el altiplano. Pablo es mayor que su mujer, para quien la a...