<p>En enero de 1809, cuando abandonó España, Napoleón estaba convencido de que la pacificación del país era cuestión de tiempo. Se había visto obligado a acudir a la Península en persona y su intervención había sido, de nuevo, decisiva. O eso parecía. El emperador todavía no lo sabía, pero había metido la mano en un avispero? y las avispas zumbaban enfurecidas. Con los ejércitos regulares vencidos y arrinconados, muchos hombres ?y también mujeres...