<p>Aún adolescente intentaba el oficio de escribir, y Erasmo, mi tío paisa, me insistía en que optase por temas menos complicados que las intrigas de militares que me había dejado la reciente lectura de El otoño del patriarca. «Escribí sobre lo que conocés», me insistía cuando escuchaba en la mesa mis interminables anécdotas de la casa de mis abuelos en San Roque. Pero una cosa era hablarlo, y otra muy distinta, escribirlo. En alguna noche me flu...