<p>En noviembre de 2001, los inversores que habían confiado en el país vendían como pan frío los bonos de la deuda externa argentina. A cada minuto que pasaba valían menos, y se desesperaban por colocarlos donde fuera posible. Pero había algunas excepciones. Desde varias oficinas en Wall Street se estaban comprando esos papeles que parecían no tener valor. Se demandaban muchos, por varios miles de millones de dólares. A las pocas semanas, mientra...
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