<p>Descubrí que un aforismo mío extraordinario («Intentaba ser un hombre serio, pero la alegría se lo impedía») lo había escrito Ramón Eder. Mi buena memoria había sido mala: me hizo creer que lo que recordé se me ocurrió. Cuando me descubrí, quedé avergonzado, aunque fuera un homenaje definitivo a quien había admirado en reseñas y recomendaciones. Siendo, además, el único aforismo ajeno que se coló en mi libro, se destacaba el carácter único del...