<p>Cada lector es un mundo y, si ponemos la atención suficiente, lo es también todo ente que lo rodea: el sillón que lo sostiene, la lámpara que alumbra su lectura, el libro que tiene entre sus manos, el nematócero diminuto que sobrevuela su cabeza. Entre cada uno de estos mundos tiene lugar un intercambio incesante, una economía afectiva y material que los transforma. Hay entre ellos, incluso, encuentros de una violencia tal que podemos pensarlo...