<p>El trauma de la pérdida de mi madre, unido a las habilidades sensitivas con las que nací, agravó las falsas ideas que tenía sobre mí y sobre quienes me rodeaban. Su muerte me ocasionó creer que no era merecedora de cariño, que no era una buena hija y que se fue para no estar conmigo. Jamás imaginé que, a día de hoy, mi corazón y mi alma estarían en paz al recordar a mi padre. He llorado y he sufrido. Me he sentido perdida, sola, rechazada, no ...