<p>En los años treinta, el barrio neoyorquino de Williamsburg no ofrecía muchas posibilidades para un joven judío soñador. La vida se escurría por las escaleras de las bulliciosas casas de vecindad, entre gritos de madres agotadas y el llanto de los niños. Los muchachos llenaban las casas de apuestas a la espera de que un golpe de suerte les abriera la puerta a un futuro mejor, y por las calles señoreaban bandas de gánsteres, al servicio de algún...