<p>A fines de 1890 una noticia recorrió el mundo entero: el sabio alemán Robert Koch acababa de descubrir un remedio capaz de poner fin a la tuberculosis. Médicos y enfermos de todas las latitudes se precipitaron hacia Berlín con la esperanza ciega de ver el milagro, y de conseguir un frasquito de aquel elixir, la linfa de Koch. Los doctores porteños no se quedaron de brazos cruzados. Gracias a cartas de presentación y a cronometradas gestiones d...
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