En febrero de 1966, el sacerdote bogotano Camilo Torres, reducido ya a laico y convertido en guerrillero, se alistaba para entrar en combate. Igual que la mayoría de sus compañeros, estaba mal armado y era un novato en las faenas de la guerra. Pero tenía ganas de probarse. Escasamente habían transcurrido cuatro meses desde cuando se unió a la pequeña banda de jóvenes idealistas y campesinos sin tierra que se se enfrentaba a las tropas del Ejércit...