A principios de la década del cincuenta, con menos de veinte años, Gonzalo Arango llegó de Andes a Medellín. En su nueva ciudad encontró un amigo en el sentido más pleno de la palabra: Alberto Aguirre. Éste lo animó a escribir, le dio un empleo, le financió unos pocos gustos privados y le regaló plata. Al comienzo de este libro hay unas pocas notas que el joven poeta le escribía a Aguirre y le tiraba por debajo de la puerta. Luego, hacia el año ...