No se puede negar que, en los últimos siglos, se ha crecido enormemente en sensibilidad hacia el individuo y sus derechos, pero no parece realista pensar que hayamos alcanzado un orden de convivencia que promueva, todo lo posible, la dignidad personal, que minimice la injusticia o que promueva individuos capaces de vivir en armónica paz; una cultura que termine de ser eficaz en la protección de los más vulnerables frente un amplio espectro de abu...