Higinio Polo viajó por Irán en busca de la vieja Persia: rastreó las huellas de Omar Jayyám y de Hasan Sabbah, el fundador de la secta de los asesinos; visitó Bam, la vieja ciudad del desierto ahora abandonada; paseó por Shiraz y Persépolis; comprobó por qué Estahan es la mitad del mundo; buscó y halló a los seguidores de Zoroastro; burlando a sus guardianes se introdujo en el mausoleo de Fátima y en la mezquita de imam Reza, el templo más sagrado del país; y se detuvo en los caravasar qeu aún se mantienen orgullosamente en pie, recordando las épocas que las caravanas recorrían la ruta de la seda. Esa vieja Persia está todavía ahí, encerrada en un Irán hermético, un país en el que las nuevas generaciones pugnan por vivir superando las severas limitaciones impuestas por la teocracia gobernante. Veinte años después de la revolución islámica, el poder los ayatolúlas empieza a ser cuestionado, aunque el futuro está lleno de incógnitas: décadas de represión, primero del sha y después de los clérigos chiítas, casi consiguieron exterminar cualquier signo de progresismo, y el país bulle en un escenario en el que la vieja guardia jomeinista, que sigue controlando los principales resortes del poder, bloquea los tímidos intentos reformistas que parece querer impulsar el presidente de la república, Jatamí. Irán: Memorias del Paraíso nos habla a un tiempo de todo eso: de los grandes poetas de la historia persa y de las condiciones en que hoy se desenvuelve la mujer; de la alegría popular ante la caída del sha y de los miedos a contar lo que ahora sucede; del fervor religioso del pueblo y de cómo se utiliza lo religioso para obtener prebendas del poder; en definitiva, nos habla del pasado y del presente, y lo hace de forma magnética, atrapando al lector con la amenidad tradicional de la literatura de los grandes viajeros.