Omar Ortiz hace parte de esa comarca mágica donde la poética aspira a la más afortunada existencia, a ese prodigioso triunfo del espíritu humano. El poeta se transforma en el oficiante de la ceremonia donde comulgan los dioses, la naturaleza y el hombre. Su atributo de la palabra reside allí, palabra arraigada en la tierra, palabra activa en la escritura del protagonista del rito diario, palabra pronunciada que posee una fuerza decisiva, rebosante de vida.