«Los gemidos de un animal nocturno, un dolor que no se puede describir. Con asombrosa levedad, la casa dio un vuelco, girando sobre un eje bajo, y entre lamentos y chillidos se deslizó hacia las profundidades. La música de mis pesadillas. Un estruendo como de una explosión subterránea. Y luego, nada. Con la boca abierta contemplé el vacío donde unos segundos antes se erigía una casa». De niño, Ludwig Unger vive con su madre al borde del acantilad...