La ciencia ha introducido mejoras en este mundo. Todos son testigos de los avances extraordinarios que se han logrado en los medios de transporte, en las comunicaciones audiovisuales, en la producción de alimentos, en el diagnóstico y curación de enfermedades. También se ha progresado en el conocimiento del hombre y del universo. Pero la razón científica no aporta los ideales últimos de la vida humana. Estos han de nacer en el seno de una razón más amplia, una razón sapiencial, abierta a un reconocimiento de la dignidad de las personas en cuanto individuos irrepetibles, ante todo, y de su proyección social y trascendente. El hombre es capaz de remontarse, más allá de las ciencias naturales y las ciencias humanas, hacia las cuestiones de fundamento y de sentido últimos de su vida. Investigar sapiencialmente la ciencia significa valorarla desde esta perspectiva totalizadora. No habrá auténtica mejora de la vida humana si se atribuye a la ciencia el papel rector en esta cultura. La misión de la ciencia no es determinar los fines de la existencia humana, sino perfeccionar los medios, los instrumentos o dar qué pensar al hombre en la búsqueda última del sentido de lo real existente.