En 1854, postrado y enfermo de esclerosis múltiple en París, Heinrich Heine se quejaba de ser una víctima él, que toda la vida había presumido de ser un hombre de humor de las «bromas» superiores y «espantosamente horribles» de Dios. El humor y la reconciliación con la vida presiden, sin embargo, las Confesiones que escribió en ese estado y donde, a diferencia del «vanidoso gruñón» de Rousseau, se propuso ofrecer un esbozo de su personalidad «de ...