Hoy recordé esa madrugada de julio del cuarenta y cuatro cuando nos lanzamos sobre Normandia. Todos íbamos equipados con el mismo fusil, cinco cargadores, media docena de granadas, una pala, una soga, y el casco de acero, pero yo me sentía más indefenso que mis compañeros. Ellos llevaban crucifijos en el pecho, biblias, fotos familiares, cartas de las novias o esposas, y hasta patas de conejo de la buena suerte. Confiaban en sus amuletos, creían ...