Al prologar una obra puede incurrirse en uno de tres grandes despropósitos: desvirtuar el contenido por errar en la interpretación; no aportar valor agregado o facilitar la labor de comprensión de los lectores perezosos, quienes por tal motivo sólo llegan hasta la presentación, privándolos de disfrutar las bondades del texto. Las consecuencias de cualquiera de estos desatinos, funestas y directas, constituyen una afrenta y agravio al esfuerzo int...