Si evitamos que nuestros hijos se frustren, no logramos que crezcan y que maduren. De nosotros los adultos depende reaccionar sin miedo y sin culpa, con amor, puesto que frustrar es educar. Así como el dolor, las frustraciones son inevitables si se quiere vivir en plenitud.Lamentablemente, el cansancio y el estrés nos dejan desgastados emocionalmente y sin fuerzas para limitar las demandas de nuestros hijos. Es imprescindible, entonces, que los p...