Es la época de marzo de 1897, en París, espiando desde las primeras páginas esta magnífica novela a un hombre de sesenta y siete años que escribe sentado en una mesa, en una habitación abarrotada de muebles: he aquí al capitán Simonini, un piamontés afincado en la capital francesa, que desde muy joven se dedica al noble arte de crear documentos falsos. Hombre de pocas palabras, misógino y glotón impernitente, el capitán se inspira en los folletin...