No es verdad que, como auguraba Baudrillard, nada halla tras la obscenidad de la banda sin fin mediática en la que se consume y consuma nuestra postmodernidad tardio capitalista (e.d., consistente en tardar en desaparecer). No es verdad tampoco, por el otro lado, que tras esa banda, como en negativo, lo revelado sea la profundidad de un occidente rebelado al fin contra esa superficialidad, según algunos alucinados pretenden, en busca de fundamentos más sólidos y divinos que los del inventado enemigo, ese que cree en el uno mientras se disemina mortífero por los nódulos plurales de las arterias y otras redes. Si es verdad que, cansados y desmoralizados, apenas se sabe qué hacer, cortadas las alas del futuro-ficción tras la estruendosa revuelta en el siglo XXI del otro mundo, sojuzgado y mantenido a distancia como material de elaboración para medro del espíritu depredador. Pero una ronca voz nunca del todo acallada sigue avisando de que algo resta atrás.Por ello, tras tanto hinchado humanismo-prietas-las-filas y tanto espectacular horror-visco-porno-moral, empeñados ambos en obturar el terror que viene del fondo (si tras el velo de la belleza se ocultaba antes lo terrible, bien podría agazaparse ahora el terro tras la banalidad kitsch), quizá no esté de más intentar una segunda navegación en torno a esa isla de los muertos que muchos se empeñan en haber dejado para siempre atrás, y preguntarse por la deriva del nihilismo en otra de las muchas tardanzas: la tardomodernidad (otra manera que se resiste a desaparecer, a fuerza de tardar a base de científicas largas). Conjurados son pues aquí los espectros de Hegel, de Jünger y de Heidegger para desmantelar pompas y andamiajes, a fin de empezar a entrever en sus oscuras admoniciones el vínculo en que se anudan de antiguo la nada y la muerte.Por ello, tras tanto hinchado humanismo-prietas-las-filas y tanto espectacular horror-visco-porno-moral, empeñados ambos en obturar el terror que viene del fondo (si tras el velo de la belleza se ocultaba antes lo terrible, bien podría agazaparse ahora el terro tras la banalidad kitsch), quizá no esté de más intentar una segunda navegación en torno a esa isla de los muertos que muchos se empeñan en haber dejado para siempre atrás, y preguntarse por la deriva del nihilismo en otra de las muchas tardanzas: la tardomodernidad (otra manera que se resiste a desaparecer, a fuerza de tardar a base de científicas largas). Conjurados son pues aquí los espectros de Hegel, de Jünger y de Heidegger para desmantelar pompas y andamiajes, a fin de empezar a entrever en sus oscuras admoniciones el vínculo en que se anudan de antiguo la nada y la muerte.