Para comprender qué es el delincuente en la democracia cabría principiar, aunque resulte obvio, por adherir a dos concepciones que en los hechos no son nada fáciles de plasmar: la democracia como sistema político esencial, y el delincuente como persona y ciudadano dentro del Estado de derecho. La interrelación resultará rápida, estrecha, cuando se es demócrata. Lo que implica aceptar de antemano que la democracia con todas sus dificultades, sinrazones, hallazgos y falencias sigue siendo la única formulación política conocida capaz de respetar al ser humano por su simple virtualidad de ser, en su dignidad, en sus derechos primordiales y en las posibilidades de disentir. En ella el delincuente debe dejar de ser una mera categoría legal o el simple accionista de los tipos penales, para reconvertirse en lo que siempre ha sido: un hombre, un ciudadano, con sus afectos y defectos, con sus derechos y deberes.