«Aquel espigado muchacho de color apiñonado, ojos verdes y cabello rizado de apenas 18 años, era la atracción máxima de todos los homosexuales: jóvenes y viejos. Era un cínico, sí, pero que sabía que era poseedor de un magnetismo animal. De pronto se convertía en un felino apático y desdeñoso. Desaparecía por días o semanas. Volvía y, sin dar explicaciones, exigía en la forma más sensualmente convincente, que se le restituyera el cariño que, en su retiro, podría haber perdido. ¿Por qué conmigo se comportaba como un niño reposado y tranquilo, que lo único que deseaba era que lo mimaran y lo cuidaran? ¿Quién era él para mí? La primera experiencia de una relación con todas las consecuencias negativas y positivas...»