Para acoger en alguna medida un título como Forcenar al subjetil no solo habría que acostumbrarse al titubeo entre voz activa y pasiva, acoger y ser acogido, amoldarse por ende al espacio y al lapso de un forzamiento de sensatez comunicativa ajeno al contrate de fuerza y desmayo, victoria y derrota, inmunidad y contaminación tocaría también despedirse de toda costumbre hostil a la excepción renunciando a la quietud del molde, en la inminencia de un seceso sin soporte ni antecedente, a la altura y a la bajeza de los dibujos de Antonin Artaud y de la escritura de quien interroga el alcance de semejantes exorcismos sin complacerse en la monstruosidad visionaria, trazas de derrida inseparables de aquella exasperación libidinal de la piedad llamada cuerpo de plegaria, a la que el argelino se atuvo en circunstancias no tan distintas de las entregas somáticas del marsellés.