Los síntomas del joven siglo XXI no dejan de ser inquietantes: grandes potencias buscan reformar el statu quo internacional para defender a cualquier precio sus intereses y condiciones, incluso modificando territorios, reabriendo guerras de insurgencia o destruyendo Estados; como consecuencia, las guerras con valor geoestratégico empiezan a ser visibles; autoridad, territorio y derechos han entrado en un proceso regresivo, y regiones importantes, encabezadas por áreas urbanas, ponen en tensión a Estados nación y detonan nuevos alzamientos y confrontaciones violentas; el mundo occidental enfrenta el desmoronamiento de su confianza para conducir los asuntos globales y, lo que es más grave, ha perdido su capacidad para leer los cambios de la realidad geopolítica.