En un coro delirante en el que hasta la tierra habla, Laura Ortiz Gómez libera toda ternura y arma con ella una rebelión. Vira y Olena cuidan la casa, le acarician el paladar con sus escobas, le aflojan las puertas con aceite. La casa recuerda, mientras todos olvidan, cómo le brotó el lenguaje, cómo dijo recién nacida: Soy la casa de mí. En ese frenesí de palabras nombró y contuvo a los huesos que se escondían en sus muros: fue el eco del llanto ...