Poco antes de las cinco de la mañana, un grupo de dieciocho hombres, en su mayoría oficiales del ejército francés, subió al segundo piso de Saint-Lazare, la prisión femenina ubicada en París. Conducidos por un carcelero que llevaba una antorcha para encender las lámparas, se detuvieron ante la celda número 12.Las monjas eran las encargadas de cuidar el lugar. La hermana Leonide abrió la puerta y les pidió que esperaran afuera mientras volvía entr...