Hay noches tan oscuras como el silencio, noches en las que abrimos los ojos y nada se revela, salvo el vacío, la ausencia del espacio, de lo tangible. Entonces, en el corazón pesa la sangre y se hielan los huesos y temblamos, abandonados, inertes. Somos, en la ceguera, hombres que transitamos a tientas, descubriendo, apenas con el tacto, las cosas a nuestro alrededor. Y tropezamos y caemos y, quizás, nos quedamos así, tendidos, con miedo a levant...