A través de sus diferentes análisis, el libro perfila un diagnóstico mesuradamente crítico y alentador: la diversidad cultural constituye la gran esperanza para la renovación del pluralismo de nuestras sociedades, en las que han ido tomando forma una serie creciente de esquemas de convivencia multicultural. Todo ello con diferentes resultados, que invitan a guardar un prudente juicio sobre su aplicabilidad universal, pues cierto es que el diseño y la puesta en práctica presentan retos de naturaleza constitucional y política que exigen respuestas alternativas a las tradicionalmente adoptadas.Pero no cabe hablar sólo de la esperanza que abre. Sino también de la responsabilidad cívica que plantea su presencia. Ciertamente, el pluralismo de formas de vida, de orientaciones políticas y de tradiciones culturales provee los miembros con que se tejen la convivencia y la gobernación de las democracias, un arte difícil que se torna imposible si el equilibrio se rompe. Sin duda, ese equilibrio entre pluralismo y cohesión cívica señala el punto decisivo del experimento multicultural, sobre el que conviene recordar la enseñanza histórica, ya argumentada por MILL, de la inviabilidad el orden democrático en situaciones de diversidad extrema.Pero no cabe hablar sólo de la esperanza que abre. Sino también de la responsabilidad cívica que plantea su presencia. Ciertamente, el pluralismo de formas de vida, de orientaciones políticas y de tradiciones culturales provee los miembros con que se tejen la convivencia y la gobernación de las democracias, un arte difícil que se torna imposible si el equilibrio se rompe. Sin duda, ese equilibrio entre pluralismo y cohesión cívica señala el punto decisivo del experimento multicultural, sobre el que conviene recordar la enseñanza histórica, ya argumentada por MILL, de la inviabilidad el orden democrático en situaciones de diversidad extrema.