Cuando alguien se nos muere, o peor aún, cuando nos matan a alguien, a los que quedamos nos toca abrir sus cajones, hurgar en sus papeles. Esto fue lo que me tocó hacer a mí en septiembre de 1987, un mes después de que los paramilitares asesinaran a Héctor Abad Gómez, mi padre. Tenemos en la casa una mala costumbre: apuntar ideas en servilletas, en recibos de compras, en papelitos sueltos, en la última página del libro que estamos leyendo. Tambié...