Agradeciendo a Marguerite Derrida, quien a ojos casi cerrados confió en la publicación de este intento de trasiego de uno de los escritos de su esposo más evidentemente atraídos por el punto ciego en el corazón del rasgo, sea al filo de la pincelada inconfundible y del singular pigmento que delatan al falsario, sea al son de la inflexión de estilo que el intérprete demasiado sensible a las pautas gramaticales y a las heridas narcisistas suele jus...