Las virtudes de las ideas "claras y distintas" han guiado, desde Descartes, muchos sistemas modernos de pensamiento. La limpieza y la separación de los conceptos han ayudado a desarrollar el rigor argumentativo y a estabilizar el conjunto de las disciplinas científicas. Pero la eclosión misma de la ciencia y la emergencia de La creatividad en sentido amplio se encuentran muy lejos de las "aguas cristalinas" que han embrujado a los positivistas, a los logicistas o a los filósofos analíticos, por solo señalar tres de las más taxativas corrientes filosóficas, supuestamente "esclarecedoras", de los últimos dos siglos. La invención requiere, muy por el contrario, aguas turbias, Lodos, fangos, barros, desde donde surge la imaginación. La oscuridad, la intuición, la analogía, la metáfora, el error, el tanteo, el azar, son los mejores aliados para aquellos que aportan nuevas contribuciones al saber. El análisis distante de los académicos poco tiene que ver con la borrosa experimentación de los grandes creadores. La vida de las obras maestras emerge desde un complejo caldo de cultivo, un lodazal donde todo ocurre excepto la claridad y la distinción. No por otra razón la filosofía analítica se ha convertido en un club de cirujanos que se diseccionan a sí mismos, extraordinariamente atentos a su propia muerte e infinitamente alejados de la vida real de la ciencia y del arte. Un entendimiento cabal de los vaivenes de la razón y del corazón, siguiendo a Pascal, requiere considerar en cambio contextos teóricos y prácticos mucho más amplios que aquellos determinados por los autocomplacientes seccionamientos actuales de la inteligencia.