Consultado por manos doctas, custodiado en los tesoros monásticos o venerado sobre la mesa de altar, el libro fue en los siglos medievales mucho más que un simple objeto utilitario. El que solo una pequeña parte de la población fuera lectora, y aún menos los que tenían capacidad económica suficiente para poseer más de tres o cuatro ejemplares, hizo que el libro se convirtiera en símbolo de estatus y las grandes bibliotecas se asociaran a espacios...