La existencia del reaccionario auténtico suele escandalizar al progresista. Su presencia vagamente lo incomoda. Ante la actitud reaccionaria, el progresista siente un ligero menosprecio, acompañado de sorpresa y desasosiego. Para aplacar sus recelos, el progresista acostumbra interpretar esa actitud intempestiva y chocante como disfraz de intereses o como síntoma de estulticia; pero solos, el periodista, el político y el tonto no se azoran, secre...