Después de su tormentoso itinerario, siempre en búsqueda, investigación y profundización de la verdad, de haber pasado por los puertos de los maniqueos, de los académicos, de los neoplatónicos y finalmente de su conversión en el 386, Agustín, con un grupo de amigos y familiares, se retira a Casiciaco, cerca de Milán, a dedicarse a la contemplación y al ocio, para prepararse al bautismo, que recibe en el 387 de manos de Ambrosio, obispo de Milán. Allí en Casiciaco escribe cuatro diálogos fundamentales en su producción intelectual. La vida feliz, Contra los Académicos, El Orden y Los Soliloquios. Su forma literaria es el diálogo, es decir, la palabra dialogada en donde los interlocutores ponen al descubierto sus tesis y concepciones.