Los cuentos de Sin Punto final llaman la atención por la suerte de mosaico urbano que construyen, en el que se deja entrever una sensible crónica de la vida de barrio. El autor se vale de la encadenación de las historias y del juego intralíterario para delinear una trama que se irá deshilvanado en cada uno de los relatos. La construcción de los protagonistas da cuenta de agudas observaciones: seres condenados al rebusque en las calles, en los buses, en los burdeles; su drama trasciende la escritura para confrontarnos con los tormentos de la pobreza, la violencia y la locura.