Quien entra al El Califa no vuelve a salir. Por eso es difícil entender las filas formadas en la reja, las hordas buscando ingresar, los pillos que, a modo de coyotes, prometen introducir a los incautos a la cantina prometida.
Adentro se encuentra Lucrecio, un poeta sabio y a la vez charlatán, sentado en una butaquita, observado por las israelitas dueñas del lugar que esperan a que el filósofo salga de sus meditaciones para cobrar las cuentas ...