Está bien recordar. Más que eso, es una obligación. Hay que animarse a desempolvar los álbumes físicos y mentales, y despertar en el acto una insoportable rinitis en la nariz del cuerpo y, vaya uno a saber, en la del alma. Se vale eso, derramar un par de lágrimas en honor a la memoria que se revela ante nuestros ojos. Negarse al olvido, aunque ciertas cosas del pasado nos pinchen un poco el corazón. Se vale sonreír mientras nos limpiamos los moco...