En Umbrales, Luis Paniagua se queda al pairo en el vago mar de los sueños, meciéndose en el piélago de unos misterios que no sé llamar sino íntimos, domésticos. La borda de su barco coincide con la orilla de su cama; o, cuando mucho, con la ventana del cuarto donde vela en silencio el sueño de su mujer —ese suave vaivén, hondo y ajeno, que lo mece como una marea. Él se deja llevar por ella, lleno de asombro. No pretende sumergirse en las aguas de...