Sin duda alguna, el mundo ya no es lo que era... Hace diez años, la soberanía, todavía horizonte infranqueable de las relaciones internacionales, sufría por manenter sus posiciones frente a la emergencia de valores comunes a la humanidad y a la globalización de la economía. A decir verdad, hoy retrocede en todas partres: viejos Estados-naciones tienen que sacrificar una parte de ella para integrarse en conjuntos más grandes; la injerencia necesita cada vez menos adornarse con los oropeles de los grandes principios y pasa, si acaso, por un deber; ciertos Estados no consiguen garantizar la inmunidad de sus gobernados, incluso de sus antiguos dirigentes... En resumen, la autoridad de los Estados ya no es un dogma.Esta mutación -considerable- no ha dejado de producir sus efectos; los Estados ganarían mucho si llevaran una política menos ruda y cínica. En lugar de acogerse a la dualidad dependencia/cooperación de la época de la Guerra Fría, podrían, más modestamente, defender la que forman la autonomía y la interdependencia. Sin duda, tendrían también que desarrollar el espíritu de responsabilidad en detrimento del artificio nacional (que no es otra cosa que la violencia disfrazada).¡Buen programa para el siglo XXI!