Lo propio del pensador es el combate, sobre todo cuando va dirigido contra sí mismo. Allí está la vida como materia de experimento, puesta en la mesa de disección, sacrificada al pensamiento. Pues qué ha de importar la felicidad dirá Nietzsche cuando lo que está en juego es la propia obra. Éste es el sentido de las máscaras, los disfraces, los cambios de piel, ese terco y paciente colgarse y descolgarse los pro y los contra, jugar la más de las v...